• La autora polaca asentada en Suecia narra en ‘Esclavos del trabajo’ (Astiberri) su lucha contra las injusticias laborales en el supuesto paraíso de la socialdemocracia nórdica.

Esclavos del trabajo

«Seremos pobres, sin vivienda, y en invierno tendremos que calentarnos frente a un tonel, en un mundo destrozado por el cambio climático rollo ‘Mad Max’. Y ni siquiera tendremos hijos que nos cuiden porque todos tenemos relaciones libres». Un solo bocadillo de ‘Esclavos del trabajo‘ (Astiberri) sirve para definir el estado de ánimo de toda una generación, los denominados (y denostados) millenials. Los avatares personales que narra Daria Bogdanska (Varsovia, 1988) son en buena medida los mismos que los de buena parte de los jóvenes europeos golpeados por la crisis, hombres y mujeres que quizás vivan mejor que sus padres, pero afrontan el futuro con nulas expectativas.

La autora de origen polaco narra en esta novela gráfica autobiográfica cómo su intento de comenzar una nueva vida en Suecia chocó con una situación de explotación laboral, fomentada por la burocracia de un país al que muchos tienen idealizado, pero cuyas costuras se están desgarrando en los últimos años (véase el resultado de las elecciones generales de hace unas semanas). Tras pasar una temporada en España, Daria se traslada a Malmö para estudiar en una escuela de cómic. Mientras va a clase, y sin soporte familiar alguno -precisamente su tour europeo se debe a su afán por huir de un padre violento-, la joven trata de ganarse los garbanzos currando en lo que sea. Y ahí choca con la legislación sueca: si no tiene permiso de residencia, no puede trabajar; si no tiene trabajo, no le conceden el permiso de residencia. Una diabólica artimaña administrativa de la que muchos estados se valen para impedir la regularización de extranjeros.

Sin apenas opciones, Daria acepta trabajar en negro en un restaurante indio del barrio ‘hipster’ de la ciudad. Lo que parece una tabla de salvación, un favor casi, se destapa pronto como una organizada trama de explotación: los camareros suecos cobran 60 coronas por hora; los inmigrantes europeos, 45; los bangladesíes , 40… Cuanto más necesitan el trabajo para subsistir, cuanto mayor es su dependencia del sueldo, menos les pagan. La protagonista no se resigna: se apunta a un sindicato y comienza una desigual batalla para conseguir una mejora de las condiciones, así como un contrato con todas las de la ley.

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Siguiendo este hilo conductor, la autora habla de las muchas otras cosas que le pasan mientras tanto: su adaptación a la bohemia de Malmö (donde se mueve en círculos contraculturales y punkis), las estrecheces materiales a las que la aboca la miseria, su agitada vida sentimental… Y, sobre todo, esa sensación de incertidumbre ante el porvenir, ese qué será de mí ante la certeza de que «si no tienes dinero, eres un perdedor y siempre lo serás». «¿Qué me pensaba?», llega a cuestionarse ante su ingenuidad.

Con un trazo muy en la línea del espíritu punki de la autora, pero jugando en los parámetros de la novela gráfica (quizás el referente más evidente sea Marjane Satrapi y su ‘Persépolis‘), Daria Bogdanska sirve una historia tremendamente personal, pero también radicalmente europea. Su frustración es la de tantos otros no-tan-jóvenes del continente, crecidos durante el optimismo de la ampliación europea y de la moneda única, que vieron cómo la crisis financiera de 2008 (ahora justo se cumplen 10 años de la caída de Lehman Brothers) no solo se llevó por delante sus aspiraciones de progreso, sino que dio alas a una reacción que nos ha dejado los valores de concordia y derechos humanos hechos unos zorros.

Es imposible desligar ‘Esclavos del trabajo’ de su contexto político y social. La propia autora, en una excelente entrevista realizada por Norman Fernández para la revista Z nº66 (septiembre, 2018), explica, en relación a las numerosas traducciones que acumula ya la obra, que «la esencia del libro se ve tan afectada por mi manera de pensar sobre la vida cotidiana y la política juntas, y no quiero que esa parte se vea diluida por alguien que no la entiende realmente». Una lectura muy recomendable que nos viene a recordar -conviene hacerlo de vez en cuando- que, por más que algunos renieguen de ello, ya hace más de 2.000 años largos que Aristóteles definió al ser humano como zoon politikón.