Goya Saturnalia indaga en el impulso creativo del pintor de Fuendetodos a través de un muy planificado ejercicio formal que remezcla las obras del propio artista

A Goya Saturnalia, de Manuel Gutiérrez y Manuel Romero (Cascaborra Ediciones), se le pueden encontrar muchas virtudes. Los elogios y premios que ha recogido desde su aparición así lo confirman. Uno es capaz de apreciar el manejo de las imágenes y el tiempo, valorar su poética, reconocer sus múltiples referencias, entender el poderoso discurso que atesora… Y aún así, que no le convenza. Es lo que hay.

Probablemente, el problema sea puramente subjetivo. Cada vez que alguien se atreve a afirmar que Zaragoza y Aragón no explotan -que horrible palabra- lo suficiente el legado de Goya en lo cultural y lo turístico, dan ganas de plantarle delante uno de esos enorme bustos de Goya, imitación cutre de las Meninas que afean Madrid, que de vez en cuando plantan en el centro de la capital aragonesa. Goya está en todo, todo tiene que pasar por Goya. Desde una exposición floral a un certamen de moda, pasando por un sin fin de exposiciones, ahora con realidad aumentada. El artista ha sido apropiado como figura folclórica; un gancho sobre el que se puede colgar todo.

Saturación de Goya, mal asunto para leer un tebeo sobre Goya. El cómic tampoco ha sido ajeno al de Fuendetodos: además del que nos ocupa, en los últimos quince años han aparecido al menos otros tres títulos, muy diferentes entre sí, firmados por Diego Olmos, por El Torres y Fran Galán y por Jorge Asín y Bernal. Alguno más hay en el horno, seguro… porque también hay un concurso de cómic dedicado en exclusiva a Goya.

Goya Saturnalia sigue su propio camino. Un sendero que explora una vez más la oscura etapa del pintor en la Quinta del Sordo, preso ya de la sordera, en lo físico, y del desengaño, la rabia y la pesadumbre en lo moral. Con un uso intensivo de las obras del aragonés, pero también de otros pintores, e incluso de poetas y cantantes, Gutiérrez y Romero construyen un relato en el que predomina la cuadrícula 4×3, que se rompe de forma puntual para marcar cambios de ritmo. Una muy planificada distribución narrativa que, como el subtítulo de la obra indica (“Una fuga en cinco movimientos”), tiene cadencia musical. 

Aunque toca varios palos (incluso políticos y esotéricos), el tema principal de esta novela gráfica es la reflexión sobre el arte o, más bien, sobre el impulso artístico. Un afán irrefrenable que es superior al propio artista, cuyo cuerpo no responde, cuya mente se obnubila, pero que sigue adelante en su pulsión creativa. Algo que trasciende el tiempo, y que enraíza en Goya a otros que fueron antes, como Velázquez, o vinieron detrás, como Francis Bacon, y que llega a otras artes, como la poesía de Lorca o el cante de Camarón y Enrique Morente. La conexión con el From Hell de Alan Moore y Eddie Campbell se establece por invocación e inspiración. 

Esta idea, con otra forma, ya la vimos en Las Meninas de Santiago García y Javier Olivares. Incluso también vimos allí antes la escena del diálogo entre el artista y su amo; en aquel Felipe IV, en este Fernando VII. En lo narrativo y gráfico, estamos ante un notable ejercicio formal, piedra angular de esta obra, pero que da la sensación de enroscarse sobre sí mismo, reclamando una atención constante sobre sus propios hallazgos. Las repeticiones , el abuso de referencias y la marcada postproducción gráfica -todos ellos elementos, que, es justo reconocer, tienen todo el sentido narrativo del mundo- acaban por cansar al ojo.

Son muchas las virtudes de Goya Saturnalia, pero a veces la cosa va de sensaciones. Aquí han sido, por un lado, de tremendo deja vú, y por otro, de que la omnipresencia de Goya, o más bien de su ímpetu artístico, hace que, paradójicamente, parezca que don Francisco de Goya y Lucientes sea lo de menos en esta historia.