Con Claudine, la autora de La Rosa de Versalles firmó en 1978 un manga que aborda abiertamente la cuestión de la identidad de género, con naturalidad pero también con altas dosis de dramatismo

Fueron las auténticas chicas revolucionarias. Hablamos de las integrantes del “Grupo del 24”, la generación de autoras de manga que en la década de 1970 convirtió el shôjo manga, el manga publicado en revistas femeninas, hasta entonces denostado, en un campo de experimentación formal y temático. Del avanzado enfoque social que imprimieron a sus obras dice mucho que, lo que entonces fue rompedor, hoy se mantiene vigente como tema de conversación. En el caso que nos ocupa, Claudine, de Riyoko Ikeda, resuena todavía su reivindicación de la libertad de expresión de género.

En España se han publicado obras de algunas de las clasificadas dentro del “Grupo del 24”, como Moto Hagio o Keiko Takemiya, pero quedan todavía muchas inéditas, como vimos en Rosas que nacen del pandemonio: Yasuko Aoike (curioso, además, porque tiene una obra, Alcázar, protagonizada por Pedro I de Castilla), Ryôko Yamagishi, Yumiko Ōshima… En medio de esta constelación, brilla con especial fuerza Riyoko Ikeda, cuya obra La Rosa de Versalles demostró que, además de innovador, el shôjo podía ser un éxito comercial. A pesar de la tremenda fama de esta autora, además de La Rosa de Versalles, hasta ahora solo se había publicado por aquí La Ventana de Orfeo. Hasta ahora, porque la editorial Arechi ha venido a paliar este relativo vacío con Claudine, un tomo único que ha tenido cierta mala suerte al haber salido su primera edición defectuosa, un error ya subsanado. Ya anunciada, aunque sin fecha de salida, aguarda otra obra de Ikeda, Oniisama e…

Claudine, publicado en la revista Margaret en 1978, parte en lo estético de dos referencias muy queridas por Ikeda: por un lado, una Francia pretérita e idealizada, en este caso no la de la Revolución, sino la de los primeros años del siglo XX; por otro, un protagonista de apariencia andrógina con el rostro, una vez más, del actor sueco Björn Andrésen, protagonista de Muerte en Venecia (1971), particular “muso” de la autora, tal como ha explicado en varias ocasiones el experto Oriol Estrada. A estos dos elementos añádanse los fondos florales, los ojos con brilli-brilli, las figuras de cuerpo entero, las líneas de efecto dramático… Recursos expresivos que, de tanto verlos, hoy tenemos interiorizados, pero que es en sus precursoras donde se aprecian con toda su fuerza y sentido narrativo.

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Pero más allá de lo formal, Claudine sobresale por su temática. Así se presenta al personaje cuando su madre, preocupada por su comportamiento, lo lleva a la consulta de un afamado psiquiatra: “Entiendo… De modo que comenzó cuando tenía ocho años. Insiste en que no es una chica, sino un chico”, anota el doctor. “Habla y se comporta como si fuera un chico. Es como si se hubiera transformado en uno”, lamenta la madre, a lo que Claudine replica: “Ya te lo he explicado, mamá. En realidad soy un niño”. 

Con esta premisa, Ikeda nos invita a seguir los años de juventud de Claudine, con una infancia y adolescencia marcada por su condición de chico trans. El muchacho se enfrenta a las convenciones sociales, que intentan amoldarlo para que se convierta en una auténtica señorita bien, pero sobre todo se ve inmerso en un terrible culebrón sentimental y familiar. Allí chocan personajes como su amiga de infancia, perdidamente enamorada de él, y su verdadero amor, otra joven acomodada que lo traicionará vilmente con la persona más querida para Claudine. Aún habrá más espacio para el sufrimiento del protagonista, con un destino marcado por la tragedia.

Un martirio emocional

Con Claudine, Riyoko Ikeda muestra de forma abierta las inquietudes y sentimientos de un joven trans; un personaje echado para adelante que rompe las convenciones de su época, que logra ser aceptado con su identidad e incluso construye una vida en pareja gracias al subterfugio usado tantas veces de “ocultaban su amor a los ojos del mundo haciéndolo pasar por una buena amistad”. Pero claro, la autora sabe que esto no basta para enganchar. No drama, no party. Así que, como decíamos, Ikeda somete al protagonista a una auténtica tortura emocional; un martirio del que es testigo a lo largo de los años el psiquiatra que ejerce de narrador de la historia. 

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Se puede reprochar a Ikeda que asocie lo trans a la tragedia. Sin embargo, han pasado casi cinco décadas de la publicación de este manga, así que quizás debemos valorar que la autora encontró en el camino que ella misma había abierto con La Rosa de Versalles la mejor vía para profundizar en la cuestión de la identidad de género. Eso incluye, también, poner el foco sobre las clases acomodadas: princesas, aristócratas, burgueses… Con todo, esta no es la excepción, Ikeda nunca se olvida de mostrar que para que haya privilegiados siempre tiene que haber explotados. Aquí, la pobre Maura, criada y primer amor de Claudine.

¿Un manga pionero en su forma de visibilizar a las personas transgénero? ¿Un manga que cae en el tópico de asociar el romance queer a la tragedia? Ambas preguntas tienen respuesta afirmativa. Pero que Claudine caiga en un tópico negativo y resulte anticuada desde los parámetros actuales no resta valor a una obra valiente en su planteamiento, que nos vuelve a hablar de la inmensidad de una autora que es historia del manga y el cómic mundial.

Claudine, de Riyoko Ikeda

Arechi Manga, b/n. 108 págs., 9,95€

Traducción de Marta E. Gallego