Un año más, esto no es una noticia, es una opinión:

Foto de Marta Marco.

Una fiesta. Esta sería la definición más exacta para hablar del XI Salón del Cómic de Zaragoza. Y lo manido de la expresión no le quita verdad: la cita maña con el tebeo atrajo a 15.000 visitantes (unos 1.000 más que el año pasado, primero en el que se cobró 1 euro por entrada), y todos se fueron con una sonrisa. También había caras de felicidad entre los expositores, libreros y fanzineros varios. Las ventas, a pesar de la crisis, aguantan. Y, sobre todo, este ha sido el salón del buen rollo, el de los saraos de monigoteros y aficionados, el de la constatación de que el tebeo aragonés está unido y tiene una fuerza imparable.

El Salón de Zaragoza es como una fiesta de pueblo. El Ayuntamiento lo organiza, y son las peñas (asociaciones y fanzines) quienes ponen la animación. En esta ocasión, la labor de las técnicos del Área de Participación Ciudadana del Ayuntamiento de Zaragoza fue portentosa, con un enorme esfuerzo no solo por traer a los mejores autores del panorama nacional, sino también para lograr que se sintieran como en casa. Por aquí estuvieron más de una 30 de autores de cómic, entre ellos dos Premios Nacionales (Alfonso Zapico y Bartolomé Seguí), talentos como Manel Fondevila, David Rubín, Jorge de Juan, Juan Díaz-Faes, Víctor Santos, Bernardo Vergara, las chicas de Caniculadas… Y el maestro Jan, todo amabilidad, que firmó todo lo que le pusieron por delante.

Todos estos invitados se encontraron con que tenían unos magníficos anfitriones en los autores de la tierra. Malavida lo dio todo una vez más, y atrás no se quedaron Thermozero, Asociación Daruma y las asociaciones de manga. Muchos autores y aficionados arrimaron el hombro, como Bernal, Daniel Foronda, Álvaro Ortiz, Diego Burdío, David López, Latro, Carlos Melgares o Víctor Romano… Sin olvidarnos de Juan Royo, esta vez multiplicado por dos en sentido literal. La gente de GP Ediciones incluso se organizó una comida, y Miguel Ángel Hernández montó una fiesta en la que dibujantes y aficionados compartieron copas.

¿A qué ha contribuido todo este buen rollo? A que los aficionados, verdaderos protagonistas de un Salón hecho para ellos, notaran al instante que en la Sala Multiusos, además de a un poco de humanidad en las horas punta, huele a amor por los tebeos. Fueron muchos los que, en espontáneos arrebatos, felicitaban a los implicados por «el mejor salón de todos». Uno se queda con la sensación de que el Salón del Cómic de Zaragoza se ha convertido, sin querer ser más que una fiesta en la que pasarlo bien, en una de las mejores publicidades que puede tener esta ciudad.

Este es el camino. Gracias a todos los que lo hacen posible.